
'Adolescencia' (Netflix).
Para que un adolescente asesine a una compañera hace falta algo más que darle un móvil
La nueva normalidad no es que un chico joven, con un móvil en la mano, sea un asesino en potencia. Lo que sí es la nueva normalidad es la creciente falta de respeto hacia el otro.
Ralph Waldo Emerson decía que la ficción revela verdades que la realidad oculta. No voy a ser yo quien contradiga a uno de los grandes escritores estadounidenses de los últimos siglos, pero sí añadiría un pequeño asterisco: la ficción nos revela verdades que la realidad nos oculta y que, además, nosotros nos empeñamos en no querer ver.
Un ejemplo claro de ello es Adolescencia, la miniserie británica producida por Netflix que, semanas después de su estreno, sigue ocupando el primer puesto de los más vistos de la plataforma en España.
La serie relata la historia de Jamie, un chico de trece años que mata a una compañera de clase, influenciado por la cultura incel y la misoginia online.
Digo que Adolescencia es un claro ejemplo de la idea recogida por Emerson porque, como un meteorito que ha caído sobre nuestra idea de la realidad y la ha hecho pedacitos, esta historia ha asustado hasta la médula a cualquier persona que supere los treinta años, o que tenga hijos, o que sea completamente ajena a lo que pasa en las profundidades de TikTok.
Un susto que ha llevado a que el tema de la 'manosfera' ocupe multitud de debates y conversaciones en redes y periódicos, e incluso sea mencionado en el Parlamento británico con un único mensaje: ojo, que nuestros chicos están en peligro.
Como si este tema fuese algo completamente desconocido.
Como si no fuese una realidad que lleva ya años campando a sus anchas en internet.
Sin embargo, y aquí está el problema de no querer ver las cosas a su debido tiempo, Adolescencia no muestra la realidad. O no la muestra en su totalidad.
Pero, como no hemos querido hablar de ello hasta que el objetivo de una cámara ha puesto nuestra atención sobre el problemón que supone lo que pasa al otro lado de la pantalla de muchos chavales adolescentes, nos tomamos lo que dice la serie como una verdad absoluta tallada en piedra.
Nos tomamos una serie como un documental. Nos tomamos una ficción como la realidad, cuando esta solo es "la realidad" vista a través de los ojos de los padres.
Porque Adolescencia muestra una visión distorsionada por la confusión, por la incomprensión, por el miedo. Una visión parcial, fruto del pánico parental.
Adolescencia, a pesar de su calidad interpretativa y cinematográfica, sólo alcanza a rascar la superficie del problema. La serie menciona de pasada a Andrew Tate. A la cultura incel. A las fotos y los comentarios que se publican en redes sociales.
Pero es una serie con demasiadas lagunas como para ser interpretada como un tratado sociológico. Como un referente que nos muestra el camino inevitable que nuestros jóvenes van a andar a menos que hagamos algo para remediarlo.
¿Pero es esta la nueva normalidad?
¿Que un chaval joven, con un comportamiento aparentemente normal hasta la fecha, con una familia estable, al que le va bien en el colegio, con dos buenos amigos, se ponga a acuchillar a una chica, no una ni dos, sino siete veces, motivado por las cosas que le ha metido en la cabeza un señor con complejo de hombre al otro lado de la pantalla?
No sé yo. Me cuesta creerlo. El salto es demasiado grande.

Una escena de 'Adolescencia'.
Un posible escalón intermedio que cierra este gran abismo puede ser la pornografía. En Adolescencia se menciona muy de pasada, pero no hay duda de que aquí se encuentra el gran problema: que los niños se inician a los once años en su visionado. Once.
No sé si el 90% de los jóvenes ve vídeos de Andrew Tate explicando cómo los hombres deben dominar y manipular emocionalmente a las mujeres. Pero el 90% de los chicos jóvenes han visto pornografía.
Y, lo más inquietante, más del 70% de este consumo es pornografía extrema. Hardcore. Se pueden imaginar el tipo de comportamiento que se agrupa bajo esa etiqueta.
El tipo de contenido que convierte a personas, en concreto a mujeres, en cosas.
A raíz del éxito de Adolescencia se ha hablado de distintas soluciones para acotar este problema. Quitar el móvil. Elevar la edad de uso de las redes sociales. Poner esta serie en los colegios.
Y mi favorita: dar cursillos de masculinidad tóxica en los colegios.
Así de fácil se solucionan todos nuestros problemas.
Una explicación: la masculinidad tóxica.
Un villano: los chavales jóvenes con un móvil en la mano.
Una solución: quitar el móvil y dar cursitos.
Ojalá la realidad fuese tan sencilla.
La serie tampoco profundiza en la autoridad. En su ausencia. En los límites que no te ponen. Pero lo muestra.
El colegio, más que un colegio, parece un reformatorio. Los niños hacen y dicen lo que les viene en gana. Los chavales acosan a sus compañeros de forma recurrente. Los profesores están completamente sobrepasados y se muestran incapaces de imponer su voz.
Puede parecer una exageración. Puede parecer un exceso narrativo de Adolescencia en favor de la narración. Pero he hablado ya con demasiados profesores como para pensar que esto es sólo un detalle anecdótico para reforzar la carga emocional de la serie.
La nueva normalidad no es que un chico joven, con un móvil en la mano, sea un asesino en potencia. Lo que sí es la nueva normalidad es la creciente falta de respeto hacia el otro. La creciente falta de percepción real del otro.
Esto sí es la nueva normalidad. Y lo es porque les hemos maleducado. En gran medida, debido a la permisividad emocional. A la permisividad que nos deja actuar en base a las emociones que estamos sintiendo en ese instante.
¿Quién está enseñando a nuestros jóvenes a no reaccionar al instante cuando sienten enfado, o impotencia, o rabia, o deseo, cuando la frustración les empieza a picar en las puntas de los dedos?
¿Quién les está enseñando a actuar de forma correcta, aunque sea a costa de sus emociones inmediatas?
¿Quién está enseñando, como escribe la periodista británica Louise Perry en Contra la revolución sexual, a dar prioridad a la virtud sobre el deseo?
¿A no asumir que cualquier sentimiento que descubramos en nuestros corazones (o en nuestras entrañas) debe ser llevado a la práctica?
Tal vez ahí esté el problema. Tal vez esté ahí también la solución.