TRADUCCIÓN Y LITERATURA
Por el camino de Mercedes López Ballesteros: la aventura de traducir a Proust
ENTREVISTA
Es el eslabón de una larga cadena literaria. Javier Marías se refirió a ella como la nieta de Freud en 'Negra espalda del tiempo'.
Proustiana desde muy joven y autora de una nueva traducción en español de 'En busca del tiempo perdido', publicada por Alfaguara, Mercedes López- Ballesteros conversa con ABC Cultural sobre literatura, memoria y pensamiento
Fotogalería de la escritora y traductora

Cuando le ofreces un siguiente cigarrillo, Mercedes López-Ballesteros lo rechaza. «Debo vivir seis o siete años más». La cajetilla permanece intacta sobre la mesa. «Tengo un compromiso conmigo misma, con Alfaguara y con Javier». Hace una pausa y continúa. «Esta traducción existe por ... Javier Marías. Todo comenzó porque yo estaba traduciendo el último volumen de 'En busca del tiempo perdido' para mí misma, por amor al arte, y le fui pasando las páginas. Cuando las leyó, me dijo: 'esto es una maravilla. Deja el último volumen, ponte con el primero, que esto se publica todo en Reino de Redonda'».
Javier Marías murió meses después, en septiembre de 2022. La lengua española perdió a su más grande escritor y ella a su mejor amigo. «Nos veíamos tres veces por semana. Los últimos diez años trabajé para él llevando su correo electrónico, porque no usaba el ordenador. Durante 32, prácticamente cada sábado, quedábamos para despachar, para hablar sobre literatura, cine, nuestras vidas…». Todo desapareció de forma abrupta, menos la traducción de 'En busca del tiempo perdido' de Marcel Proust, que él la animó a emprender. Desde entonces, Mercedes López-Ballesteros trabaja sin descanso en esas páginas.
«Es un legado que Javier me deja a mí y a los lectores. Tengo un compromiso con vivos y con muertos». Mercedes López-Ballesteros coge su bolso y camina, exquisita, rumbo a la librería 'El tiempo perdido', en el número 49 de la calle Puentezuelas de Granada, donde decenas de lectores la esperan. Lo que está por ocurrir es casi un hechizo: ver andar a la nieta del hombre que tradujo la obra completa de Sigmund Freud; la misma que trabajó para Juan Benet y compartió amistad profunda con el novelista Javier Marías. Es ella quien emprende un viaje a la pulpa de la lengua francesa y nos trae de vuelta sus palabras más jugosas.
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Por cada silla de esta librería, una magdalena. Las ha traído Mercedes López- Ballesteros para coronar la tarde con la esponjosa concha de Santiago a la que Marcel Proust dedica uno de los recuerdos más potentes de su narrador en las páginas de 'En busca del tiempo perdido', obra de siete volúmenes que ella comenzó a traducir hace ya dos años y medio -«no más de dos páginas al día», dice-, resguardada en una casa del viejo Madrid. Trabaja desde muy temprano, «con la sola compañía de las campanas de San Ginés que van dando las horas», cuenta de viva voz y también por escrito. En estos momentos está volcada en el tercer volumen, que ella ha traducido como 'Por la senda de Guermantes'. El segundo, 'A la sombra de las muchachas en flor', lo acabó en la Nochebuena del pasado año. Le quedan cuatro más, que irán publicándose de manera continua en la editorial Alfaguara; así lo explica a quienes hemos venido a escucharla en la librería granadina 'El tiempo perdido'.
Nada en esta historia -nada en este reportaje- es casual. Además de proustiano, Daniel Aguilar, librero y fundador de este local de expendio de libros, es el artífice de la «Redondina Orden del Sagrado Corazón tan Blanco» en honor a Javier Marías, columna y espíritu del fondo literario de esta librería. Es aquí y no en otro lugar donde Mercedes López-Ballesteros presenta 'Por el camino de Swann'. «Soy proustiana desde hace muchísimos años. He leído la 'Recherche' (así se refiere ella a la forma abreviada del título de la obra) tres veces seguidas. Me he pasado la vida entera traduciendo a Proust, porque tiene una frase para cada situación y una frase para cada persona».
Para Mercedes López-Ballesteros, «lo más difícil de traducir a Proust es lo intangible», aquello que impregna su prosa. «Hay dos asuntos que hay que tener en cuenta», advierte. «Una es el encantamiento de sus frases, que te lleva a lo largo de una novela de 3.500 páginas hasta la palabra fin. Ese encantamiento hay que trasladarlo. Y lo segundo, que es algo que flota, sobrevuela toda la prosa: que es una especie de sutilísima emoción, de sutilísima melancolía».
Las decisiones de Mercedes López-Ballesteros sobre la forma de verter a Proust al español se notan desde la primera frase: «Longtemps, je me suis couché de bonne heure». En nuestro idioma hay publicadas cuatro versiones de la obra y de esa misma frase; la de Mercedes López-Ballesteros es la quinta. En ninguna, sin embargo, se la ha traducido de la misma manera.
«Yo había elegido 'Durante mucho tiempo me acosté temprano', pero me di cuenta de que no funcionaba. Tropezaba en ella sistemáticamente. Y si hay algo que Proust consigue, es que tú no tropieces nunca en la frase», explica. Después de mucho trabajo, acabó decantándose por «Durante años me acosté temprano». «Se ajusta más a esa brevedad, esa concisión, esa contundencia».
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-¿En qué se distingue el Proust de Mercedes López-Ballesteros?
-Eso lo tienen que decir los lectores o los críticos. Lo que pretendo (y no sé si he conseguido tan ambicioso propósito) cuando traduzco es que el lector que abra 'En busca del tiempo perdido' por cualquiera de sus páginas diga: 'Madre mía, qué talento tiene Proust' no 'Qué bien traducido está este libro'.
-¿Cómo es posible traducir una obra que adquiere sentido justo al final?
-No puedes traducir la 'Recherche' si no la tienes toda en la cabeza. Ayuda conocer muy bien los siete volúmenes, porque Proust va dejando pistas y hay que saber interpretarlas. Quiero que el lector en castellano lea a Proust y nada más que a Proust, no a un traductor que pasaba por ahí y ha dejado su huella.
-¿Escribe usted?
-Escribo, pero no estoy hecha para la ficción. Javier me decía, siempre: 'Mercedes, escribe, escribe, escribe, ¿por qué no escribes?' Y yo le decía, pero si escribo todo el rato. Si me dicen, '¿tú qué prefieres, escribir tres novelas o traducir los siete volúmenes de Proust?', no lo dudo ni un segundo: yo prefiero traducir a Proust.
Pero la traducción también hace al escritor, ¿no?
Javier se sabía traductor y se reivindicaba traductor. Lo dijo: 'Mis mejores obras, las que más me han costado, son mis traducciones'. Y era de lo que más orgulloso estaba. De hecho, los últimos meses de su vida, de lo único que hablábamos era de traducción. De las suyas, de la que yo estaba haciendo. El último artículo que sale de Javier Marías, postmortem, justamente estaba dedicado a la traducción.
-¿Qué tiene para usted Proust para dedicarle tanto esfuerzo?
-Poner en mi lengua páginas que me han hecho reír, llorar, que me han hecho entusiasmarme y reflexionar, que me lo han dado todo, es un privilegio, un honor. Es una fiebre.
Es justo ahí, en esa operación extractiva del sentido original del lenguaje donde Mercedes López-Ballesteros ha encontrado el pulso y el corazón de su traducción. Y así lo explica, con sus notas en la mano y las gafas deslizándose sobre la cuesta de su nariz: «Si yo no consigo dar con el estilo de Proust, hago un texto muerto. Por la sencilla razón de que Proust dice esto del estilo. Lo dice en el segundo volumen: 'La palabra humana está relacionada con el alma, pero sin expresarla como sí hace el estilo'; que el alma del autor es el estilo; y añade: 'La genialidad radica en el poder reflectante, no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado'». El suyo es un Proust sin veladuras, ni amaneramientos. Transparente. Sin mácula.
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Mercedes López-Ballesteros nació en Madrid, en 1962. En las páginas de 'Negra espalda del tiempo, Javier Marías se refiere a ella como «la nieta de Freud». No en vano la fiebre translaticia de esta mujer se la debe a su abuelo, Luis López-Ballesteros y de Torres, germanista y destacado traductor de Sigmund Freud y Joseph Roth. «Mi abuelo está muy presente en lo que hago. En mi mesa de trabajo está la reproducción del retrato de Proust de Jacques-Émile Blanche y su foto. No puedo traducir si no tengo eso delante».
Empezó a traducir a los quince años, en el Liceo Francés, y amplió luego sus estudios en una escuela que dependía de la Universidad Católica de París, pues aún no existían en España Facultades de Traducción e Interpretación. Ejerció de «traductora todoterreno» -lo mismo traducía para un museo que para una empresa farmacéutica-, compaginando este oficio con otros empleos, entre ellos como secretaria del escritor Juan Benet, en su estudio de ingeniería Compañía Hidrocinética Regional.
-¿Cómo llegó a Benet?
-Durante un tiempo trabajé para el grupo Timón, en la editorial Taurus. Ahí coincidí con Jaime Salinas, el hijo de Pedro Salinas, que era íntimo amigo de Juan Benet. Me dijo que el escritor estaba buscando una secretaria para su estudio de ingeniería. 'Tiene fama de ogro, pero tú vete a verlo y ya verás que no es para tanto, que es una persona en el fondo muy afable, no tengas miedo de él', me dijo. Yo fui sin miedo. Cuando me recibió en Pisuerga tuvimos una larga conversación y yo quedé absolutamente prendada.
Trabajó con Benet desde junio de 1989 hasta junio de 1992. «Lo dejé porque él ya se jubilaba, pero llegamos al acuerdo de que seguiría llevando sus cosas literarias como freelance. A la vuelta de vacaciones, don Juan, porque todo el mundo le llamaba don Juan, hasta sus hijos, cayó enfermo». Murió en enero, el día de Reyes. «Yo entonces ya conocía a Javier, por aquel entonces éramos pareja y para los dos fue un cataclismo tremendo. Para él era su mentor, su mejor amigo, para mí era una figura tutelar. Aquello nos unió muchísimo».
Ella, la mujer que llegó a bromear con haber escrito cosas firmadas por Juan Benet -«la correspondencia del día a día la escribía yo», asegura- ve, hoy, hilos que hacen visible la profunda relación literaria entre estos dos escritores a los que admiró y el genio que ahora traduce. «En Javier lees a Proust, en Benet lees a Proust. Benet era un absoluto admirador de Proust. En la inspiración y el estilo le hace unos elogios desmedidos».
Con el paso de los años, Mercedes López-Ballesteros trabajó para distintos organismos internacionales, pero nunca dejó de traducir a sus escritores favoritos -«mucho Proust, sobre todo»-. Lo hacía por amor al arte, para sí misma o sus amistades. «Nunca lo hice de forma profesional, salvo en contadas ocasiones, como cuando Javier Marías me encargó la traducción de dos libritos para su editorial Reino de Redonda», explica. El primero fue 'Cuentos de las orillas del Rin', de los escritores Émile Erckmann y Louis Alexandre Chatrian -«una lectura que a Javier le entusiasmó en su niñez», dice- y el segundo 'El coronel Chabert', de Balzac. Por el camino de Mercedes, entre Combray y el resto del mundo: la fiebre del lenguaje que enciende las palabras. Un personaje fascinante, la hebra que conduce al gran manto del lenguaje.
Variaciones sobre Proust
En los agradecimientos de la traducción de 'Por el camino de Swann' mencioné a mi abuelo paterno, el gran traductor del alemán Luis López-Ballesteros y de Torres, fallecido en 1937 y conocido sobre todo por haber traducido la obra completa de Freud, lo que ni Francia ni Inglaterra habían hecho aún por aquel entonces.
Cuando Swann ya se encontraba en librerías, me enteré de que había publicado en ABC, en 1925, diez artículos sobre Proust y En busca del tiempo perdido, bajo el título 'Variaciones sobre Proust'. Los he podido leer gracias a la gentileza de KSB, pues se encontraban en el archivo de ABC.
Coincido plenamente con él en muchas de las observaciones que hace en sus artículos. Como, por ejemplo, con su definición de Proust como moralista, no como novelista, por su «interrogación, en el fondo angustiosa, a la conciencia y a la vida». La traducción de este primer volumen la compaginé con varias lecturas sobre Proust y su obra. En una de ellas, 'Proust senza' tempo (obra publicada por Mondadori en 2022), su autor, Alessandro Piperno, lo define asimismo como tal. Dice de él que es «el último gran representante de la moralística francesa». Tengo desde entonces muy en cuenta, mientras traduzco, esta dimensión de Proust.
Otro de los aspectos que me asombró fue su argumentación contra quienes achacan a la obra su falta de «acción». Creo que merece la pena citar literalmente cuanto dice: Generalmente, cuando queremos acentuar nuestro desdén por la acción -por el sacrosanto asunto-, por la peripecia, acudimos a ciertas lecturas de nuestra infancia. Citamos, por ejemplo, 'Los tres mosqueteros'. ¿Por qué? Si lo meditamos un poco nos daremos enseguida cuenta de que los altos hechos y maravillosas aventuras de D'Artagnan nos interesaban y nos seducían no por lo que tienen de aventura, de improvisto -de acción- sino por lo que tienen de D'Artagnan.
Por último, yo siempre he sido de la opinión de que, tras algo de entrenamiento, la dificultad de 'En busca del tiempo perdido' no es tanta como se nos ha hecho creer. Menciona mi abuelo al respecto: «No diré que su lectura sea siempre cómoda y para todos. Pero aceptar, sin reducirla a sus necesarias proporciones, la resistencia del vulgo es convenir en que la lectura de Proust solo es asequible a una minoría selecta de lectores. Y esto es dar una idea incompleta de Proust, que es sencillo, natural y objetivo como pocos novelistas, en una gran parte de su obra». Y añade: «Sería desconsolador que la obra de Proust quedase reservada para una minoría selecta de lectores. Si perturba, si hace pensar, si irrita un poco, no importa. El esfuerzo merece la pena». No puedo estar más de acuerdo.
Mercedes López-Ballesteros
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